Por: Juan Paredes Castro
Cosa terrible: los peruanos estamos acostumbrándonos a vivir cada vez más en el reino de la confusión legal.
Cuando más lo necesitamos, los poderes del Estado no quieren hacernos las cosas claras.
La interpretación de la ley a cargo de uno de estos poderes no la comparte el otro. Y lo que es peor: tampoco el ciudadano de a pie, o, para el caso que nos ocupa hoy, la ciudadana de a pie, que hasta hace poco podía recibir gratis la llamada píldora del día siguiente (anticoncepción oral de emergencia) y que ahora tendrá que comprarla; y si no puede hacerlo, esperar, quizás, un embarazo seguro.
Como el Tribunal Constitucional (TC) tiene sus dudas respecto de si la AOE es abortiva o no, optó por prohibir su distribución gratuita a cargo del Ministerio de Salud. Este, sin tener que estar necesariamente de acuerdo con el presidente Alan García, no se demoró en pedirle explicaciones al TC, consultándole la posibilidad de distribuir la controvertida pastillita a precio de costo. No le falta lógica. Al quedar prohibida la distribución gratuita, ¿qué tendría que hacer el Ministerio de Salud con sus stocks? ¿Incinerarlos o venderlos a un precio simbólico, no precisamente prohibido? Entiéndase bien: la resolución del TC habla solo de distribución gratuita.
Hay otra receta, por cierto muy suspicaz: si el TC prohíbe la distribución gratuita entre los pobres, entonces el Gobierno debería prohibir la venta entre los ricos.
Con toda esta sal y pimienta jurídica, la confusión subsiste.
Más que una píldora del día siguiente, clara y debidamente autorizada o clara y debidamente prohibida, lo que tenemos, cada vez que una nueva norma jurídica asoma en la vida del país, es la Torre de Babel del día siguiente, más terrenal y criolla que bíblica. Todo el mundo pasa a enredarse en dos, tres y hasta cuatro idiomas jurídicos. No somos los hijos de Noé castigados por pretender alcanzar el cielo con las manos.
Somos hombres y mujeres, usuarios del Estado, en pleno siglo XXI, queriendo simplemente saber cómo podemos voltear hoy o mañana la esquina, de la mano de la ley. No como ahora, con los ojos vendados.
Cosa terrible: los peruanos estamos acostumbrándonos a vivir cada vez más en el reino de la confusión legal.
Cuando más lo necesitamos, los poderes del Estado no quieren hacernos las cosas claras.
La interpretación de la ley a cargo de uno de estos poderes no la comparte el otro. Y lo que es peor: tampoco el ciudadano de a pie, o, para el caso que nos ocupa hoy, la ciudadana de a pie, que hasta hace poco podía recibir gratis la llamada píldora del día siguiente (anticoncepción oral de emergencia) y que ahora tendrá que comprarla; y si no puede hacerlo, esperar, quizás, un embarazo seguro.
Como el Tribunal Constitucional (TC) tiene sus dudas respecto de si la AOE es abortiva o no, optó por prohibir su distribución gratuita a cargo del Ministerio de Salud. Este, sin tener que estar necesariamente de acuerdo con el presidente Alan García, no se demoró en pedirle explicaciones al TC, consultándole la posibilidad de distribuir la controvertida pastillita a precio de costo. No le falta lógica. Al quedar prohibida la distribución gratuita, ¿qué tendría que hacer el Ministerio de Salud con sus stocks? ¿Incinerarlos o venderlos a un precio simbólico, no precisamente prohibido? Entiéndase bien: la resolución del TC habla solo de distribución gratuita.
Hay otra receta, por cierto muy suspicaz: si el TC prohíbe la distribución gratuita entre los pobres, entonces el Gobierno debería prohibir la venta entre los ricos.
Con toda esta sal y pimienta jurídica, la confusión subsiste.
Más que una píldora del día siguiente, clara y debidamente autorizada o clara y debidamente prohibida, lo que tenemos, cada vez que una nueva norma jurídica asoma en la vida del país, es la Torre de Babel del día siguiente, más terrenal y criolla que bíblica. Todo el mundo pasa a enredarse en dos, tres y hasta cuatro idiomas jurídicos. No somos los hijos de Noé castigados por pretender alcanzar el cielo con las manos.
Somos hombres y mujeres, usuarios del Estado, en pleno siglo XXI, queriendo simplemente saber cómo podemos voltear hoy o mañana la esquina, de la mano de la ley. No como ahora, con los ojos vendados.
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